El gran desafío de los bolivianos es ahora construir un nuevo país.
Dejas atrás esa nación que fuimos, que se fundó basada en la injusticia y que caminó 184 años por vericuetos de enfrentamientos internos, y de unas clases sociales minoritarias, económicamente poderosas, viviendo vidas de lujo a costa de otras clases sociales, mayoritarias, sobreviviendo a duras penas a la pobreza y, muchas veces, a la miseria.
Un Estado, peor todavía, donde predominó la discriminación racial que impidió la plena unidad de la Patria.
Esa unidad es la que ahora es preciso construir eliminando, justamente, las barreras raciales, que algunos racistas intentan todavía mantener, y reconociéndonos todos como iguales, como hermanos, como bolivianos.
Para este reconocimiento, debemos comenzar por entender al otro y por valorarlo en lo que es, y por aprender de lo que pueda enseñarnos, que siempre será mucho.
Ramón Rocha Monroy, analista y escritor, se refirió recientemente a este tema en un artículo que vale la pena reiterarlo.
El señalado artículo, titulado la Descolonización del saber, dice lo siguiente.
“La palabra indígena tiene un significado escueto; “nacido aquí”, no importa dónde ni la raza a la que uno pertenezca.
El significado de la palabra originaria se ha relativizado por obra del mestizaje.
Ambas palabras generan desconcierto en quienes tenemos una identidad dudosa, pues a ratos somos españoles y a ratos indios, para no hablar de otras sangres que vinieron a sumarse a esta mezcla: un poco negros, un poco chinos, quizá un poco arios, o eslavos, o nórdicos...
Pienso que una buena forma, no sé si exacta pero útil, de superar el desconcierto, es la de considerar las palabras indígena y originario en términos culturales, en términos de adhesión cultural.
Así uno puede ser blanco, rubio y de ojos celestes, pero al mismo tiempo cultor de una herencia intelectual y moral andina o amazónica.
Esta adhesión es un acto de pertenencia que fabrica una identidad colectiva: nos sentimos orgullosos de pertenecer a una tradición andina y amazónica respetuosa de la naturaleza y del ser humano y queremos rescatar sus valores para convertirlos en una filosofía de vida.
Esta es una actitud central de la descolonización del saber y del ser: interesarnos por los mitos, la historia, la técnica, los usos y costumbres de la civilización andina y amazónica y hacerlos parte de nuestra concepción del mundo y de nuestra forma de vida.
Quizá entonces percibamos que, junto al prejuicio de clase, nos enturbia la visión el prejuicio de etnia, porque hay gente que se resiste a conocer sus raíces y prefiere ocultarlas en un gesto de bipolaridad o de esquizofrenia colectiva.
Carlos Montenegro, otro valioso descolonizador del conocimiento de nuestra historia, fustigaba a esos “chulupis con tongo”, esos mestizos de la Rosca, vestidos a la última moda de París, que despreciaban lo nuestro y ejercían una “furiosa autodenigración”, atribuyendo todos nuestros males a nuestra herencia racial andina y amazónica.
“Chulupis con tongo” hay en todas las épocas: tienen miedo de verse a sí mismos en el espejo de la raza y reconocer en sus fisonomías rasgos ancestrales.
Es curioso comprobar la facilidad con que admiramos otras culturas y la represión íntima que sufrimos al tratar de valorar las nuestras.
El propio Octavio Paz, con toda su lucidez y su falta de prejuicios, ha dedicado reflexiones extraordinarias a la cultura brahamánica expresadas en ensayos y poemas que no tienen una reflexión paralela sobre las culturas mexicanas.
Franz Tamayo, de raíces indias, era un habitante del Olimpo, aunque formuló los lineamientos de la pedagogía nacional.
Fernando Diez de Medina dirigió la atención de los jóvenes hacia los mitos andinos, el mayor de sus méritos.
En fin, Fausto Reynaga formuló las bases del Partido Indio de Bolivia, prefigurando una coyuntura política remota, que sólo hoy ha hecho eclosión, años después de la muerte de su ideólogo.
No hay que tomar la adhesión a estos temas en un sentido natural.
No se trata de una adhesión étnica sino filosófica y cultural.
Ese camino está abierto para todos y en ello finca su grandeza”.
Ese el interesante artículo de Ramón Rocha Monroy, comentando la necesidad de los bolivianos, de encontrarnos en nuestras culturas originarias, base de nuestra identidad y de nuestro rostro hacia el mundo.
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