viernes, 24 de julio de 2009

Cambiar el sentido de la economía, pide la última encíclica papal

“Hay que movilizarse para que la economía evolucione hacia salidas verdaderamente humanas”, señala una parte de la encíclica “Caritas in veritate”, que fue promulgada recientemente por el Papa Benedicto XVI.

Esta encíclica recupera, en ese sentido, y también en alguna medida, la preocupación social expuesta en otros documentos pontificios como la otra encíclica “Populorum Progressio”, difundida en 1967 por el Papa Pablo VI y la “”Solicitudo rei socialis” escrita por Juan Pablo II en 1988.

“La economía debe evolucionar hacia salidas verdaderamente humanas”, dice el documento y eso implica un reconocimiento de que la economía mundial, actualmente, no tiene un sentido humano y que, de esa manera, es una economía anti evangélica.

Cuando a Cristo le preguntaron por qué sus discípulos quebrantaban la ley trabajando en sábado, él les respondió que el hombre no había sido hecho para el sábado, sino que era el sábado el que se había instituido para el hombre.

Que primero estaba el ser humano y que, para facilitar su encuentro cotidiano con Dios, se había ordenado el sábado, pero que ese sábado no tenía sentido si forzaba al ser humano o le significaba algún tipo de opresión.

En la misma medida, el ser humano, los hombres y las mujeres, no pueden estar sometidos a los dictados de la economía, sino que la economía debe estar a su servicio.

Para el sistema capitalista, que se pretendió globalizar en las últimas décadas, lo que primero debe predominar y mandar es el capital y, después, cuando el capital haya sido protegido y asegurada su multiplicación sin límites, entonces recién se debe pensar en los seres humanos.

Con esa lógica resulta que los seres humanos son puesto al servicio del capital, convirtiéndose sólo en simples factores de funcionamiento de la economía.

Esa punto de vista, según la última encíclica, es errada, porque de lo que se trata es de que la economía le sirva al hombre y a la mujer y no al revés.

La economía debe servir para el progreso de los pueblos, para el bienestar de la gente, particularmente de los más pobres, y no tanto así para el mayor enriquecimiento de los ricos.

Con esta aseveración, como bien puede verse, la iglesia católica, a través de su mayor jerarquía, en este caso el Papa, esta recuperando la visión genuinamente evangélica que pareció haber perdido en los últimos tiempos.

En su encíclica recientemente publicada, el Papa Benedicto XI hace otra alusión a la globalización, y a toda su parafernalia tecnológica y comunicacional, y dice que “la sociedad, cada vez más globalizada, nos acerca pero no nos hermana”.

Y ese es otro concepto importante sobre el que se debe meditar, particularmente los creyentes católicos del mundo.

Porque es verdad que, en la multitud de panegíricos que se lanzan sobre la globalización y sus virtudes, se tiende a decir que la humanidad avanza hacia una sociedad planetaria, hacia un mundo donde todos pueden compartir los grandes progresos de la ciencia y de la técnica, y donde las culturas tienden a igualarse y que eso es saludable y bueno para los seres humanos, cuando la cosa dista mucho de ser así.

Porque es cierto que hay mucho progreso tecnológico, pero también es cierto que ese progreso se queda celosamente protegido en ciertos grupos de poder económico de los países desarrollados.

Y es cierto que los países ricos buscan que se levanten todas las fronteras de los países pobres para penetrar con sus corporaciones transnacionales, pero también es evidente que esos países ricos expulsan a los inmigrantes de los países pobres, y adoptan medidas para que no lleguen más.

Y que, en esa misma medida, hasta se multiplican grupos de racistas, neonazis, que cultivan un odio marcado hacia personas de otras razas y culturas.

La globalización está avanzando en un sentido: en el de homogenizar a los pueblos del mundo, según la imagen de las naciones de la cultura dominante.

Busca que todo sean como son en los Estados Unidos o Europa, y como viven en Estados Unidos y Europa, y como piensa en Estados Unidos y Europa.

Pero eso implica un desconocimiento de los valores de las culturas de otras naciones y de otros pueblos, y eso no es otra cosa que una dominación cultural que va aparejada a la dominación económica.

La globalización que se plantea, entonces, en la actualidad, es evidente que nos acerca en un sentido, pero no nos hace hermanos sino que, más bien, permite que unos, los poderosos, subyuguen a otros, a los más débiles, de acuerdo a la lógica del capitalismo.

Ese tipo de sociedad, entonces, no sirve, no es buena, ni puede ser agradable a los ojos de Dios.

Y sobre ello hace alusión la ultima encíclica del Vaticano.

Lo que corresponde ahora es que, en el mundo católico, se reflexione sobre el contenido del documento y que, esa misma línea, se recuperen encíclicas anteriores, que colocaban a la iglesia al lado de los pobres.

Porque, lamentablemente, al haberse olvidado las mismas, muchos jerarcas de nuestras iglesias latinoamericanas, parecen estar más contentos poniéndose al lado de los poderosos, que viviendo las penuria de los pobres.

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