Alrededor de 46 millones de personas serán atrapadas por la pobreza durante el presente año.
Ese es el negativo augurio que hace el Banco Mundial, observando las repercusiones de la crisis económica y financiera que ha envuelto al mundo.
Esas 45 millones de personas verán reducidos sus ingresos a un dólar y 25 centavos diarios, y entonces pasarán a ser parte de los pobres más pobres, junto a otras 50 millones de personas que subsisten con menos de dos dólares al día.
La crisis, pues, va a ser brutal y, según se advierte, no van a servir de mucho para paliarla, las medidas que se han venido adoptando en los países industrializados.
La crisis, conviene reiterarlo, proviene del norte capitalista y es resultado del modelo neoliberal, especulador y poco productivo con el que se intento globalizar el planeta.
Lo lamentable es que los efectos de esa crisis no los sufrirán solo las naciones desarrolladas sino también los países pobres.
En otras palabras, que los justos pagarán por los pecadores.
Dice el Banco Mundial que la crisis económica amenaza con convertirse en una crisis humana en muchos de los países en vías de desarrollo.
Eso significa que aumentarán los índices de mortalidad infantil, que aumentará el desempleo, que bajará la capacidad de adquisición de los salarios, que serán más los menores de edad que buscarán insertarse al mercado del trabajo para apoyar a sus familias abandonando la escuela, que crecerá más aun el mercado informal y que, paralelamente, crecerá la delincuencia y creerá la inseguridad ciudadana.
Significa, como señalan los datos del Banco Mundial que la pobreza aumentará, que las familias de clase media bajarán a la categoría de pobres, y que lss familias pobres probablemente se hundirán en la indigencia.
Ahora, paradójicamente, las naciones del planeta, en reuniones internacionales de hace algunos años, habían decidido hacer esfuerzos para disminuir la pobreza.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, propuestos en las indicadas reuniones, ordenaban que la pobreza en el mundo debía reducirse a la mitad, hasta el año 2015.
Pero, a juzgar por lo que ocurre, lo que más bien parece es que la pobreza se duplicará hasta el señalado año 2015.
Ahora, en Estados Unidos, las autoridades determinaron enfrentar la crisis inyectando varios miles de millones de dólares al sistema financiero.
Esos dineros, concretamente mil 800 millones de dólares, el ex presidente George W Bush pretendió que se destinaran a los banqueros, a los ricos, pero, al subir al gobierno el actual presidente Barack Obama se opuso a esa política, señalando que al que había que favorecer era al ciudadano común y no a los magnates de los bancos o de las grandes transnacionales.
Esa decisión significa una variante en relación a la manera en que se vino impulsando la economía en las pasadas décadas.
Pero tampoco constituye un cambio demasiado grande en relación a la persistencia del modelo capitalista.
Y de lo que se trata es, justamente, de modificar la naturaleza misma del modelo económico, y no de acudir a salvarlo para que, en un plazo más menos cercano, vuelva a manifestarse con efectos quien sabe mucho más perniciosos.
El desafío, en este momento, es diseñar e implementar una nueva forma de manejar la economía.
Una forma que tenga, como núcleo de su accionar, como objetivo básico, el bienestar del ser humano, particularmente de los seres humanos menos favorecidos del planeta.
No esa forma anterior que, por encima de las personas, se privilegiaba el capital, el dinero, y se rendía pleitesía a la famosa competiti8vdad, sin considerar las asimetrías monumentales que existen en el desarrollo de los distintos países del mundo.
Más que la competencia y la búsqueda inmisericorde de situaciones de ventaja, el modelo a ser construido debe buscar la solidaridad.
Debe propender a la integración de modo que el desarrollo llegue a todos, en condiciones más o menos iguales.
Debe buscar que nadie se quede atrás, y que nadie progrese o se enriquezca a costa de los demás.
Esa nueva forma de mirar las cosas es imperativa, máxime si se entiende la interconexión que existe entre las economías del mundo.
La duda, ahora, es si ese concepto será siquiera considerado por los gobernantes de los países poderosos del planeta.
Parece, más bien, que no, a juzgar por los esfuerzos que hacen para reactivar el sistema en sus viejos moldes y, seguramente, para repetir los mismos errores.
Errores que amenazan con duplicar el número de pobres en el mundo, en las próximas décadas y, con ello, crear las condiciones para explosiones sociales que se sumarían a las crisis de energía, de alimentos y del medio ambiente que, junto a la crisis financiera, amenazan con reventar el planeta en un futuro inmediato.
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