La crisis de los alimentos está aumentando y es indudable que producirá reacciones muy duras en las capas medias y más pobres de la población, en una mayoría de los países del mundo.
En los hechos, durante el año que termina, hubo motines y revueltas en el país caribeño de Haití, en Filipinas e Indonesia, en el continente asiático, o en Egipto, en el norte de África, además de varios otros.
Inclusive en Bolivia, la población salió a protestar por el encarecimiento en los precios del arroz, del aceite y de las carnes de pollo y de res, elevación que fue aprovechada por los comerciantes y empresarios para desatar una ola inmisericorde de especulación.
Esta crisis, según se anticipa, no se resolverá, sino que continuará agravándose durante el próximo año.
Ahora bien, ¿cuál es el origen y la raíz de este nefasto fenómeno?
¿Dónde comenzó y a quién se le debe cargar la culpa por esto que está pasando?
De acuerdo a un artículo aparecido en la revista Petropress, bajo el título de “el hambre que viene”, los factores principales de la crisis alimentaria, deben ser buscados en las mismas estrucruras del sistema neoliberal que han estado en vigencia las últimas décadas.
En los años 70 y 80, dice el artículo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligaron a los países pobres, entre ellos Bolivia, ha implementar las llamas medidas de ajuste estructural exigiendo, entre otras cosas, que se eliminaran las barreras arancelarias para dar paso a una acción más libre y sin control de las grandes transnacionales.
Esas barreras eran las que, por ejemplo, protegían a los productores agropecuarios locales, de la competencia de productos llegados del exterior.
Cuando fueron levantadas, los mercados locales se vieron inundados de productos extranjeros, provenientes muchos de ellos de las indicadas transnacionales, y eso dio lugar a un quebrantamiento en la economía de las comunidades rurales.
Se destruyó así la agricultura de subsistencia y los pequeños y medianos agricultores se vieron obligados a emigrar hacia los centros urbanos de sus países o, inclusive, al exterior, principalmente Estados Unidos y Europa, en busca de trabajo.
Este abandono del campo se tradujo en una nueva concentración de la tierra en manos de las oligarquías locales o de empresas transnacionales que privilegiaron los monocultivos, acabando con la diversificada producción agrícola que antes había existido.
Estas transnacionales y estas oligarquías, en lugar de dirigir sus producciones al abastecimiento del mercado interno, las encaminaron hacia la exportación, con sus considerables márgenes de lucro.
A partir de este momento, señala el artículo de la revista Petropress, los préstamos, créditos, asistencia técnica y otros beneficios del sistema financiero internacional, fueron encaminados a favorecer a estos empresarios, abandonando absolutamente al pequeño agricultor.
Hablando sobre este tema, el Comisionado General de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, señor Olivier Du Chatr, acusó al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, de obligar a los países en vías de desarrollo a invertir en los cultivos para la exportación en desmedro de la producción alimentaria que les asegure la autosuficiencia.
“La crisis alimentaria actual, dijo Du Chatr, es producto de acciones humanas y no de desastres naturales.
Sostuvo que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial cometieron graves errores en sus evaluaciones sobre las necesidades de la inversión en la agricultura, y recalcó que la actual crisis en los alimentos es producto de dos décadas de políticas erradas de las potencias mundiales.
Olivier Du Chatr criticó la concentración del poder económico en manos de pocas transnacionales, como Monsanto y Dow Chemical, que controlan la oferta de semillas, loa abonos, o la industrialización de los alimentos y su distribución.
Es este tipo de políticas neoliberales el que alteró el presente y el futuro de los países pobres que conforman la mayoría de la humanidad, y que son los que más sentirán los efectos de la crisis alimentaria.
Ahora, como siempre ha ocurrido, las naciones ricas seguramente saldrán ganando de la crisis, porque el aumento en los precios de los alimentos, les significará también un aumento en sus ganancias, porque son esas naciones las que controlan el mercado de los productos alimenticios.
Observando esta situación se puede entender la razón y el acierto de las políticas del actual gobierno, que ha decidido apoyar a los medianos y pequeños productores, para asegurarles márgenes justo de ganancias, y para garantizar el abastecimiento interno de estos productos esenciales.
Las políticas agrícolas ya no deben favorecer más a los grandes empresarios, a los que producen soya, por ejemplo, porque productos como el indicado sólo están dirigidos en su mayor parte a la exportación que, al final, a Bolivia no le reditúan demasiados ingresos.
Ante la crisis mundial de los alimentos, la solución pasa porque las naciones hagan esfuerzos para producirlos, con el fin de atender las necesidades de sus poblaciones y ya no depender demasiado de las importaciones.
Y, en tanto que estas políticas se desarrollan, pasarle la factura al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, para que respondan por esta calamidad internacional, el hambre que viene y que amenaza con originar furiosos estallidos de violencia en todo el planeta.
martes, 2 de diciembre de 2008
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