Un agudo grito de alarma es el que han lanzado los obispos de la Iglesia Católica reunidos en el Sínodo que se cumple, en estos días, en el Vaticano.
Es que las vocaciones sacerdotales están desapareciendo, y es que grandes masas de fieles están emigrando hacia otras religiones, sectas o creencias filosóficas y esotéricas de lo más diversas.
Se están preocupando mucho los obispos, y están analizando medidas para revertir este fenómeno.
Pero, ¿por qué los fieles se van y por qué a los jóvenes ya no les atrae el sacerdocio?.
¿Será porque la iglesia católica no está a la altura de la realidad del mundo de hoy?.
¿O porque ya no es capaz de dar respuestas y esperanzas y certezas a unos hombres y a unas mujeres que cargan con niveles de angustia e incertidumbres acumuladas en porcentajes extremos?.
¿O será que la iglesia se ha quedado en rituales y ya no acude a sus raíces Evangélicas originales para renovar el sentido de sus acciones?.
Sea lo que sea, lo que se observa como una urgencia, es la necesidad de una profunda reflexión en los niveles jerárquicos de la Iglesia.
Décadas atrás, en sus conferencias y asambleas, los obispos habían determinado que si bien la Iglesia es universal, debía tener una opción preferencial por los pobres.
Que su misión, además de atender las necesidades espirituales debía mirar también las condiciones de vida de los pueblos del mundo, particularmente de América Latina, y denunciar las injusticias y la explotación que esos pueblos sufrían interpelando a los poderes imperiales que constituían causa principal para esa pobreza y esa marginación antievangélicas.
¿Cómo puede un ser hambriento que no alcanza a cubrir sus necesidades de pan, tener tiempo ni energía para atender su espíritu?, reflexionaban los obispos.
¿Cómo se puede insuflar la esperanza en una vida espiritual, más allá de este mundo, a una persona completamente desesperanzada por la condición miserable de su vida terrenal?.
La miseria de inmensas masas humanas, es un clamor que sube al cielo, reclamando justicia, arguían los obispos.
La pobreza material extrema está en grave contradicción con el Evangelio, porque el ser humano es hijo de Dios, y como tal comparte de su dignidad.
¿Y como se puede hacer compatible esa dignidad, que proviene de la Majestad de Dios, con una vida carente de lo más elemental?.
La Iglesia, razonando así, condenaba el materialismo de los regímenes totalitarios que cercenaban las libertades humanas, y también criticaba el más grave materialismo del capitalismo, que valoraba al dinero más que al ser humano, y que había hecho del dólar, y del consumo excesivo, y de la acumulación sin límites, los nuevos ídolos que separaban al hombre y a la mujer de su Creador.
A la luz de ese pensamiento, surgieron en el mundo y particularmente en América Latina, comunidades eclesiales de base, que buscaban lo esencial del Evangelio, que reivindicaban el verdadero amor al prójimo que no condice con el racismo ni con ninguna clase de discriminación, y que interpela a todos para que sean constructores de la civilización del amor.
Eso, y bastante más, era la Iglesia Católica hace algunas décadas atrás, y, al andar así, andaba por el camino correcto.
Pero hoy, lamentablemente, esa senda parece haberse perdido.
Ya no se habla de la preferencia por los pobres, ni se dice que la Iglesia debe acompañar las luchas del pueblo, ni se hace la menor mención a la inequidad del imperio que, que con el neoliberalismo, llevó a la cúspide de su inhumano materialismo, y su lógica de acumulación a expensas de la pobreza y de la miseria de la mayor parte de la humanidad.
La Iglesia empezó a volver a aliarse con los poderes y a bendecir a los representantes del imperio.
En nuestro país, por ejemplo, cuando todo el pueblo lucha por un cambio, la Iglesia permanece alejada de ese afán, sin capacidad para leer la historia actual.
Se golpea, tortura, amenaza, agrede, semidesnuda a campesinos en Sucre, y la jerarquía de la Iglesia mira indiferente, como si estuviera lloviendo.
Abatidos por las balas de sicarios y paramilitares, caen muchos campesinos en Pando, y la Iglesia no dice ni una sola palabra, por el contrario, el cardenal Julio Terrazas habla y pone en duda la existencia de gente en condiciones de servidumbre y semiesclavitud en haciendas del oriente, y se pone claramente al lado de los poderosos apoyándolos, ojalá que ingenuamente en sus planes de desmembración del país.
De tanto ser prudente, la Iglesia ha ido extraviando su camino y alejándose de la palabra de Cristo que condena a los tibios, y que con rotunda energía nos dice que no podemos ser cristianos a medias, y que no podemos amar a Dios, al que no vemos si primero no somos capaces de amar al prójimo al que vemos, sin discriminaciones ni racismos de ninguna clase.
La Iglesia Católica, pues, sobre todo la jerarquía, debería mirar estos temas, al tiempo de preguntarse porque los fieles se están yendo en masa de su seno y porque ya no hay jóvenes que renueven su sacerdocio.
La clave a lo mejor está en que se alejó del Evangelio y entonces ya no convoca ni entusiasma a muchos.
Si esto es así, la respuesta está en volver, genuinamente, al Evangelio de Cristo.
lunes, 10 de noviembre de 2008
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