La Iglesia Católica está perdiendo adeptos en todo el mundo, y ese es un hecho incontrastable.
Se le están yendo los fieles y, más grave aun, no está encontrando nuevas vocaciones que puedan asegurar el futuro de su sacerdocio.
En otras palabras, la Iglesia Católica convence cada vez menos a sus creyentes, y no convence para nada a las nuevas generaciones de jóvenes que prefieren canalizar sus vocaciones religiosas, cuando las tienen, hacia otras creencias.
Ahora, ¿por qué está ocurriendo este fenómeno?
¿Por qué, mientras otras religiones crecen y se expanden, la Iglesia Católica pierde terreno en todas las regiones del mundo?
Las razones pueden ser muchas pero con seguridad que una de ellas es la poca capacidad que muestra su jerarquía, para entender los problemas y las luchas sociales que están encarando los pueblos en este momento.
Un ejemplo clarísimo de este aserto es lo que está ocurriendo en Bolivia.
En nuestro país se está registrando un gran movimiento social que pretende acabar con siglos de injusticia y desigualdad.
Exponiendo enormes sacrificios y dejando en el camino su sangre, el pueblo boliviano está luchando por un cambio, y lo está haciendo democráticamente, y la Iglesia Católica, en lugar de apoyar esa lucha, prefiere ponerse en contra, del lado de los poderosos.
¿Será posible imaginar semejante contradicción?
Durante centurias, desde la Colonia, los pueblos de esta región que hoy es Bolivia, soportaron condiciones de vida sumamente injustas.
Explotaciones que adoptaron las más diversas formas, por parte de grupos de poder que siempre, siempre, siempre, se llevaron la tajada más grande de la torta.
Durante siglos, desde la misma Colonia, estos pueblos, principalmente indígenas y campesinos, conocieron sólo de necesidades, y pobreza y, en muchos casos miseria, debido al reparto injusto y desigual de los bienes nacionales.
Y la Iglesia Católica, en lugar de condenar esta situación, se quedó muy tranquila, contentándose con algunas obras de caridad, procurando ganar las mentes de los jóvenes a través de obras educativas, colegios y universidades, que multiplicó por todo el país.
Educó generaciones, sí, pero las educó en una mentalidad conservadora, resignada frente al predominio de los poderosos.
¡Cuántas veces la Iglesia Católica habrá bendecido a dictadores!
¡En cuántas ocasiones habrá compartido almuerzos, cenas, agasajos y ceremonias con personajes corruptos, con oscuros individuos culpables de crímenes económicos y sociales, echándoles encima la tradicional bendición!
Y ahora, cuando los más pobres de los pobres, cuando los más humildes del país se levantan, reclamando una nación de mayor justicia, ¡la jerarquía católica se hace a un lado, prefiriendo apegarse a los poderosos!
¿No es esto aberrante?
¿Si Nuestro Señor Jesucristo apareciera ahora en Bolivia, aceptaría esta situación?
¿De qué lado se pondría Cristo mirando la lucha del pueblo boliviano?
¿Marcharía con los indígenas, con los humildes, o apoyaría al prefecto cruceño Rubén Costas, o al ex prefecto Leopoldo Fernández, o a Branco Marinkovic, presidente del comité cívico de Santa Cruz y a sus planes separatistas?
Probablemente nunca la jerarquía de la Iglesia Católica, más concretamente el Cardenal Julio Terrazas, se formuló esta pregunta.
Prefirió manejar la fe con los clásicos llamados a la paz y a la unidad, que de tanto repetirse en el mismo tono ya se vaciaron de contenido, sin considerar para nada las luchas sociales concretas y sacrificadas de los hombres y mujeres del pueblo boliviano.
Es preciso amar al prójimo, predica la Iglesia Católica, pero ese amor lo reduce al ámbito de la caridad, señalando que la Iglesia no debe entrometerse en política, cuando su indiferencia frente al racismo, y frente a la discriminación, y frente a la explotación son conductas claramente políticas, aun cuando algunos de sus obispos lo nieguen.
Cristo, en su tiempo, habló de caridad, pero de una caridad entendida no sólo en sentido personal, sino también social y colectivo.
En esa lógica es factible pensar que Nuestro Señor, reapareciendo hoy sobre la tierra, cambiaría la palabra caridad, por las de justicia social, mostrando, como lo demostró con su ejemplo, que el ser humano es básicamente espíritu, pero que también es cuerpo.
Y que ese cuerpo, por ser creación de Dios, comparte su dignidad.
Y que la pobreza, la miseria, la explotación, la discriminación, el racismo, son males aberrantes que lastiman gravemente esa dignidad.
El pueblo lucha, se sacrifica, derrama su sangre, y la jerarquía eclesiástica se mantiene sin pronunciarse sobre esta lucha, en una posición tibia, ni fría ni caliente, que también condenó Cristo en su momento.
La jerarquía de la Iglesia Católica, pues, está prefiriendo alejarse de las luchas del pueblo, sin entenderlas ni valorarlas como corresponde.
¿No será por conductas como esa, que la Iglesia Católica está perdiendo fieles por miles, todos los días, y que ya no entusiasma a los jóvenes para que fortalezcan su sacerdocio?
miércoles, 26 de noviembre de 2008
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