Si les hubiese interesado genuinamente el dialogo los prefectos opositores tendrían que haber suscrito el documento de concertación preparado por el gobierno.
Porque ese documento respondía en un alto porcentaje a los reclamos y planteamientos prefecturales, respondiendo y aclarando puntos relativos particularmente a las autonomías.
Pero no lo hicieron demostrando que, en lo esencial de su posición, subyace un interés político que los lleva a rechazar de manera terminante y definitiva el proyecto de nueva Constitución Política del Estado.
Con esta postura central, que a lo largo de tres semanas estuvo medio secundarizada por las discusiones sobre, justamente, las autonomías y el IDH, los prefectos han retornado a sus regiones, y lo que ahora se viene es el apertrechamiento para la batalla final.
El gobierno entiende que ya los plazos se han vencido suficientemente y pondrá en marcha su estrategia para la aprobación del nuevo texto constitucional.
Ello supondrá una primera lucha en el congreso para vencer a la oposición que intentará bloquear la aprobación del referendo dirimitorio.
Luego, como asunto de esencial importancia, la explicación de la nueva constitución para que los ciudadanos asuman su voto a plena conciencia y, por último, el acto eleccionario, que podría marcar el cambio estructural reclamado por los bolivianos.
Por su lado la oposición prefectural buscará recuperarse de su debilitamiento actual como resultado de la perdida de las prefecturas de La Paz y Cochabamba y de la terrible masacre de Porvenir que mereció la condena y reprobación de todo el país y proseguirá en su propia estrategia, bloqueando todos los pasos del proceso electoral, denunciando supuestas irregularidades, reclamando la revisión del Padrón Electoral y del proceso de carnetización e, inclusive, llegado el momento, boicoteando el acto de votación impidiendo, con sus grupos de choque, que los ciudadanos acudan a depositar su voto en sus distritos.
Y como telón de fondo de esta confrontación final estarán los movimientos sociales que marcharán con una convicción muy pocas veces vistas en la historia del país.
Porque si algo tiene de particular la actual coyuntura política, es esa unánime y altísima conciencia que se ha clarificado en los sectores populares, sobre la urgencia de un cambio social, político y económico, que barra con el neoliberalismo y sus secuelas de exclusión, marginación, desempleo, empobrecimiento y falta de equidad de la sociedad boliviana.
Saben, las organizaciones sociales, cuales son las causas y quienes son los culpables de la situación de desastre que enfrentaba Bolivia y ahora apuntan a modificar esa situación desde sus raícees más profundas aprobando para ello la nueva constitución.
La lucha actual, conviene recordarlo, tiene en un frente a organizaciones campesinas de las zonas altas y bajas del país, unidas en un gran pacto político, a la Central Obrera Boliviana con sus sectores mineros, obreros, gremiales, del magisterio y otros que son también parte de ese pacto, además de las juntas vecinales y amplias capas de la clase media desencantadas de los partidos tradicionales y de los militantes de esos partidos, corruptos y venales, reciclados en la agrupación Podemos que también está agonizando.
En el otro bando están los sectores de la derecha que se están viendo arrinconados por la correlación de fuerzas no solo dentro de nuestro país, sino también en el ámbito latinoamericano.
Dentro de esa derecha, que también tiene sus sectores democráticos, está un núcleo oligárquico, compuesto por latifundistas y empresarios de mentalidad racista, que han venido predominando arrastrando a los demás hacia sus ideas de enfeudamiento territorial y separatismo y quiebra de Bolivia, ideas, a su vez, alentadas por agentes del imperio norteamericano, como era el ex embajador Philip Goldberg.
Por el descalabro del neoliberalismo en Bolivia y por el otro descalabro mucho mayor que enfrenta la economía norteamericana, que va a durar mucho tiempo, se han terminado de estructurar las condiciones para un salto cualitativo de la sociedad boliviana, hacia formas políticas y económicas que se aparten del capitalismo, y que apunten a modelos sociales y comunitarios más adecuados a la realidad de nuestra patria.
La batalla final por el cambio, entonces, a comenzado a ocurrir, y mostrará una particular imagen con las marchas sociales que se anuncian para el 13 de octubre.
Es una fuerza inmensa que no podrá ser detenida, y sobre ello es mejor que reflexionen los prefectos opositores y los grupos de oligarcas que aún se atrincheran en posiciones retrógradas.
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