Resulta, pues que hasta en los estados Unidos la gente había querido un cambio.
Lo probó de manera fehaciente con la última elección que está llevando a la presidencia a Barack Obama, candidato demócrata de ascendencia negra.
Hace unas tres décadas atrás, eso no se hubiera podido ni pensar,
Porque hace unas tres décadas los negros, en los Estados Unidos, todavía andaban peleando contra la discriminación y por derechos elementales como el derecho al trabajo, a salarios iguales a los de los blancos, o a una educación o salud similares a las que disfrutaban los blancos.
Por los años 60 o 70 los negros peleaban por sus derechos civiles y, en esas luchas, iban dejando cientos de mártires como Martin Luther Kong, el predicador y activista negro que clamaba por una Norteamérica menos injusta y más igualitaria.
Luther King, en sus fervientes llamados al cambio, afirmaba que tenía un sueño, y ese su sueño era una sociedad de hombres con iguales derechos y oportunidades, con fraternidad, y donde las diferencias de color, de creencia religiosa, de etnia, de pensamiento, de raza, de religión, no fueran motivo para ninguna discriminación.
Murió Luther King sin ver cumplido su anhelo, pero es muy probable que en este momento se encuentre feliz, allí donde esté, al ver que no soñaba un imposible.
Que había llegado el día en que un negro subiera a la presidencia del país más poderoso del mundo, para gobernar con una política que, como lo prometió el mismo Barack Obama, será un política de cambio.
Siempre, desde la fundación de los Estados Unidos, por los pasillos, y por los jardines y por las oficinas de la Casa Blanca, resonaban apellidos anglosajones.
Ahora, por primera vez, se escuchará un apellido de ascendencia africana, Obama, que llevará reminiscencias de Kenya, del África negra, de la tierra que, durante siglos, estuvo esclavizada por las potencias europeas, entre ellas Inglaterra, el poder imperial de cuyo seno partieron los emigrantes para colonizar las tierras que después justamente, resultarían los Estados Unidos de Norteamérica.
Es verdad que el senador Barack Obama, ahora presidente electo, tuvo una educación esmerada, como la hubiera tenido un blanco de familia rica.
Es cierto que alcanzó las oportunidades que una gran mayoría de los jóvenes de recursos modestos no tienen, para triunfar en los espacios académicos y de trabajo en los que se desenvolvió
También es evidente que su pensamiento coincide mucho con la forma de pensar de los sectores tradicionales de la política norteamericana.
Pero también resulta verdad que, a pesar de esas coincidencias, ha tenido discrepancias fundamentales con la política ultra conservadora, de extrema derecha, que se impuso en los Estados Unidos en los últimos años.
Con la doctrina neoliberal, de libre mercado, de ortodoxia capitalista extrema, que valoraba primero el dinero, luego las máquinas, luego las oportunidades para hacer dinero aun destrozando el planeta o poniendo un altar a la corrupción y que recién, en quinto o sexto lugar, colocaba al ser humano, al hombre y a la mujer, que no eran consideradas en cuanto a su dignidad intrínseca, sino que eran mirados sólo como un factor más del proceso de producción.
Ese concepto, salvajemente inhumano, es el que ahora se espera sea cambiado en los Estados Unidos, por el nuevo presidente negro.
¿Qué cambios más esperan los norteamericanos, luego de haber elegido a Obama?
Que salgan del poder los grupos de la ultra derecha, los grupos representantes de las corporaciones transnacionales que gobernaron con el presidente George W. Bush en la última década, y que llevaron a los Estados Unidos, y por detrás al mundo, a la tremenda crisis económica que amenaza con ahogar a la humanidad en los próximo años.
Quieren, los estadounidenses, por otro lado, que termine la agresiva política imperial que caracterizó al presidente Bush, que lo llevó a invadir países y a generar guerras aun utilizando la mentira, como en el caso de Irak, donde se dijo que existían armas de destrucción masiva, que nunca habían existido.
Quieren, los norteamericanos, que cambie la mentira como una forma de gobierno.
Que se le hable al pueblo con sinceridad, y no que se le diga por ejemplo, que la economía estaba muy saludable, y que crecía, y que en el futuro esa economía se iba a expandir todavía más, fiel a los preceptos neoliberales, favoreciendo a todo el mundo, cuando en realidad lo que se avecinaba era el desastre, y una quiebra que iba a sacudir los cimientos de todo el sistema.
Esos, y varios otros cambios más, quiere la sociedad norteamericana, y por eso votó por Barack Obama,, el presidente negro que ya de por sí, por ser quien es, constituye un cambio.
Ahora, ¿puede pensarse en que ese cambio ocurrirá también en las relaciones de Estados Unidos con los países de Latinoamérica, entre ellos Bolivia?
Los presidente latinoamericanos, entre ellos el de Bolivia, han manifestado su esperanza que en ello ocurra.
De todos modos, lo prudente ha de ser esperar, antes de sufrir decepciones que siempre pueden ocurrir.
Pero, sea como sea, en los Estados Unido, lo mismo que en América Latina, lo mismo que en Bolivia, la consigna es el cambio.
Un cambio grande y fundamental, y eso es lo esencial para que la humanidad avance.
lunes, 10 de noviembre de 2008
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