lunes, 9 de junio de 2008

La “prudente” jerarquía de la Iglesia Católica

¿Qué está pasando con la Iglesia Católica?

O, más bien, ¿qué está pasando con la jerarquía de la Iglesia Católica, que parece apartarse cada vez más de fundamentales postulados evangélicos?

El pueblo boliviano, sus sectores más empobrecidos, postergados y secularmente explotados, como son los campesinos e indígenas, se encuentra en una dura batalla por cambiar la situación de injusticia que tradicionalmente vivió nuestra Nación, pero la Iglesia no se pronuncia.

Mantiene una prudente política de neutralidad anti evangélica entre los pobres y los poderosos y, en muchos casos, hasta se inclina por los sectores dominantes.

Probablemente piensan los responsables jerárquicos de la Iglesia, que esa neutralidad es necesaria, para que la misma juegue un rol activo en la mediación política en la que ahora se halla inmersa.

Pero, con mediación o sin mediación, la Iglesia jamás debería traicionar la palabra central del Evangelio.

Y esa palabra manifiesta una opción clarísima, que es la opción por los pobres.

La Iglesia Católica, si quiere ser fiel a las enseñanzas de Cristo, no puede colocarse del lado del poder, del lado de los explotadores, del lado de los ricos, pero parece que esa opción medio que está siendo olvidada por algunas altas autoridades de la Iglesia.

El pasado 24 de mayo, un grupo de campesinos sufrió una humillación que será recordada eternamente por la historia de Bolivia.

Matones al servicio de las clases dominantes de Sucre, del comité interinstitucional que allí funciona, hirieron, golpearon, maltrataron e hicieron arrodillarse a los campesinos, amenazándolos con lincharlos e insultándolos con los términos más oprobiosos, y la Iglesia Católica no abrió la boca.

Ante ese hecho vergonzoso y que lastimó a todo el pueblo boliviano, se pronunciaron muchísimas instituciones, de adentro y de afuera del país, condenándolo y exigiendo sanciones para los culpables, pero la Iglesia Católica no dijo nada.

Sí lo hizo el padre Rafael García Mora, un jesuita digno y valiente, director de ACLO Sucre, denunciando hasta con nombres y apellidos a los responsables del maltrato y de los atentados que sufrió la gente de su institución, pero las autoridades máximas de la Iglesia Católica permanecieron mudas, casi convalidando el abuso.

Unas semanas antes, en la localidad de San Ignacio de Velasco, el sacerdote Adalid Vega Veizaga fue interceptado por matones de la Unión Juvenil Cruceñista, que lo golpearon hasta dejarlo medio muerto, acusándolo de haber boicoteado el referendo autonómico cruceño, y la jerarquía de la Iglesia Católica, hasta el momento, tampoco dijo nada.

Ni protestó por la agresión, ni presentó ninguna demanda contra nadie, ni reclamó justicia.

Se quedó también callada, a lo mejor para no molestar a la gente del comité cívico cruceño que organiza, ordena y financia a la llamada Unión Juvenil Cruceñista.

Ese silencio, ese callarse ante el abuso de los poderosos, ¿tiene relación con el mensaje cristiano?

El no salir en defensa de los pobres, de los campesinos, ¿no es alejarse del Evangelio?

¿Qué hubiera hecho Cristo, nuestro Señor, si hubiera visto las agresiones que sufrían los campesinos allí en Sucre?

¿Y qué hubiera hecho si presenciaba la golpiza contra uno de sus pastores, como ocurrió en San Ignacio de Velasco con el padre Vega Veizaga?

¿Se hubiera quedado en silencio, aceptando que ello pasara, sin decir ni una palabra contra los agresores?

Seguramente que no, que Cristo se habría interpuesto entre los campesinos y las manos furiosas que los golpeaban, que hubiera protegido a los débiles.

Pero la jerarquía de la Iglesia católica no hizo, ni de lejos, nada que se pareciera a ello, permaneció prudentemente callada, y con ello no sólo que se está alejando de las fuentes del Evangelio, sino que está también creando distancia con muchos de sus creyentes.

Ante esa conducta de cuidadosa prudencia de algunas de las autoridades de la Iglesia Católica, habría que recordar una de las oraciones del Padre Luis Espinal, el sacerdote mártir cuando se refería, justamente, a la prudencia. .

Esa oración decía: “Hay un límite imperceptible entre prudencia y cobardía.

Llamamos prudencia a la seguridad y a la flojera, llamamos prudencia al no comprometerse.

Todos nos hablan de prudencia, Señor, pero de una prudencia que no es tuya, que en vano buscamos en tu Evangelio.

Jesucristo, te damos gracias porque tú no fuiste prudente, ni diplomático, porque no callaste para escapar de la cruz; porque fustigaste a los poderosos sabiendo que te jugabas la vida.

Los que te mataron, esos fueron los prudentes.

No nos dejes ser tan prudentes que queramos contentar a todos.

Tu palabra es hiriente como espada de dos filos.

Además de las bienaventuranzas también pronunciaste las maldiciones, es un texto subversivo.

No queremos una prudencia que nos lleve a la omisión y nos haga imposible la cárcel.

La terrible prudencia de acallar los gritos de los hambrientos y de los oprimidos.

Danos sinceridad para no llamar prudencia a la cobardía, al conformismo, a la comodidad.

No es de prudentes el ser cristianos y el seguir a Cristo.

No es prudente “vender lo que se tiene y darlo a los pobres”.

Es imprudente entregar la vida por Dios y por los hermanos.

Que cuando sintamos la tentación de la prudencia recordemos que tú “has escogido la debilidad del mundo para derrotar a los fuertes, y has escogido a lo estúpidos para confundir a los sabios”.

Porque la prudencia del mundo es enemiga de Dios.

De esa forma oró el Padre Luis Espinal, y esa oración debería ser repetida y practicada por quienes conforman la jerarquía de la Iglesia Católica que, al parecer, prudentemente, se callaron ante el maltrato de los campesinos en Sucre y en la región de Alto Parapetí, en el Chaco cruceño, y ante la golpiza a un hombre indefenso, en la plaza de Santa Cruz, sólo por tener una cara con rasgos indígenas, y ante los asaltos y atentados contra sedes de los campesinos, en Cochabamnba y el Beni, y ante la agresión contra el padre Adalid Vega Veizaga.

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