La iniciativa está en marcha, y cuenta con el apoyo de varios países de la región.
Crear el Consejo Sudamericano de Defensa de modo que se definan políticas comunes en este campo, y se integren las industrias militares de las diferentes naciones.
Para cumplir con este objetivo ha visitado Bolivia Nelson Jobim, representante del ministerio de defensa del Brasil, quien ha sostenido reuniones con el presidente Evo Morales y con otras autoridades del gobierno boliviano.
. De lo que se trata es de que los países sudamericanos interesados en este objetivo, puedan actuar conjuntamente, con una misma estrategia y bajo un solo mando, ante cualquier emergencia bélica que provenga de cualquier lugar del mundo.
También, de manera conjunta. se delinearían tareas de capacitación para jóvenes oficiales, intercambio de experiencias y simulacros de operaciones en los diferentes territorios de la región.
Este proyecto, según se comentó, se encuentra enmarcado en los grandes planes de integración regional, económica, social a los que apuntan, cada vez con mayor urgencia, una mayor parte de los países sudamericanos, y dentro de los cuales se halla la constitución de la Unión de Naciones Sudamericanas UNASUR.
Como es natural, esta iniciativa está siendo observada con demasiado recelo por parte del actual gobierno de los Estados Unidos.
Esa nación, la primera potencia militar del mundo, quisiera que se influencia y predominio en este campo, en la zona sudamericana, se mantuviera incólume, como hasta hace algún tiempo.
Que sus agregados militares tengan alta influencia en los diferentes gobiernos, que sus tropas controlen sitios estratégicos de los países sudamericanos a través de sus bases militares, que sus academias sean los únicos centros donde se adiestren los nuevos oficiales de las diferentes fuerzas armadas.
Inclusive les gustaría que nuestras naciones, a través de diferentes acuerdos, sean aliadas de las guerras de dominio que los norteamericanos desarrollan en lugares como Irak o Afganistán.
Pero parece que las cosas están cambiando y que, a pesar suyo, los Estados Unidos deberán aceptar que en Sudamérica se constituya un Consejo de Defensa, con estrategias y políticas militares que se desmarquen de sus directivas, y donde participen países con gobiernos que no son de su agrado, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil o la Argentina.
En la década de los años 60, 70 y 80, conviene recordar, funcionó en Panamá la llamada Escuela de las Américas.
Era un centro sostenido y administrado por los Estados Unidos, y donde acudían a recibir entrenamiento especializado, oficiales de las diferentes naciones sudamericanas.
Allí, además de capacitación en los distintos campos del ámbito militar, se sometía a los oficiales a un sostenido adoctrinamiento en teorías anticomunistas.
La idea era formar militares fanáticamente enemigos de cualquier forma de socialismo de modo que, retornando a sus países los mismos llevaran a la práctica todo tipo de acciones encaminadas a erradicar esas teorías.
En la Escuela de las Américas, alrededor de los
años 70, se difundió un conjunto de ideas que constituían la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional.
La misma sostenía que, en aquella época, la posibilidad de conflictos bélicos entre las naciones había disminuido grandemente por la acción de organismos internacionales como la OEA o las Naciones Unidas, o por la acción mediadora de los mismos Estados Unidos.
Que, en ese sentido, los enemigos de los países no se encontraban más allá de los fronteras.
Que el enemigo estaba, más bien dentro de los países, y que estaba constituido por grupos subversivos que se habían ido multiplicando, por sindicatos de orientación socialista, por intelectuales que difundían ese mismo tipo de ideas, inclusive por defensores de los derechos humanos.
Esos, se decía en la Escuela de las Américas de Panamá, esos eran los verdaderos enemigos que ponían en riesgo la seguridad de las naciones y a los que había que combatir sin misericordia hasta hacerlos desaparecer.
Esa batalla se la debía efectuar de cualquier forma, no importando que se vulneraran las leyes, que se tuviera que utilizar la tortura o que fuera necesarios desarrollar acciones de directo aniquilamiento del enemigo.
Los oficiales que concurrieron a la indicada Escuela de las Américas, aprendieron perfectamente esas teorías y, efectivamente, retornando a sus países, las aplicaron como alumnos aventajados de sus maestros norteamericanos.
Y así advino una oleada de dictadores y represores que hicieron correr sangre del pueblo, de arriba para abajo, en toda la región latinoamericana.
Fueron los que participaron en el Plan Cóndor, los que instalaron centros de tortura, los que hicieron desaparecer miles de personas, los que asesinaron sin piedad.
En el Brasil se distinguió el dictador Ernesto Geisel, en la Argentina Rafael Videla, en Chile Augusto Pinochet, y así en otros países, todos con sus innumerables séquitos de sanguinarios acólitos..
En Bolivia aparecen en esa galería del terror, gente como los generales René Barrientos Ortuño, Hugo Bänzer Suárez, Luis García Meza o como el coronel Luis Arce Gómez.
Esa abominable experiencia, además de las invasiones directas a determinados países protagonizadas por los Estados Unidos para imponer su dominio imperial, hacen ver la importancia de la conformación de un Consejo Sudamericano de Defensa, completamente apartado de la influencia norteamericana.
En el hemisferio norte, potencias militares occidentales son parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN.
Esos países reivindican su derecho a una acción conjunta para defenderse de enemigos que supuestamente atenten contra su estilo de vida y contra su libertad.
Con ese mismo criterio, reivindicado los mismos argumentos, las naciones sudamericanas deben también crear su propia organización de apoyo mutuo y defensa militar, en caso de agresiones de supuestos enemigos.
Sólo que, en este caso, uno de los enemigos debe ser visualizado, justamente, como los Estados Unidos de Norteamérica.
Crear el Consejo Sudamericano de Defensa de modo que se definan políticas comunes en este campo, y se integren las industrias militares de las diferentes naciones.
Para cumplir con este objetivo ha visitado Bolivia Nelson Jobim, representante del ministerio de defensa del Brasil, quien ha sostenido reuniones con el presidente Evo Morales y con otras autoridades del gobierno boliviano.
. De lo que se trata es de que los países sudamericanos interesados en este objetivo, puedan actuar conjuntamente, con una misma estrategia y bajo un solo mando, ante cualquier emergencia bélica que provenga de cualquier lugar del mundo.
También, de manera conjunta. se delinearían tareas de capacitación para jóvenes oficiales, intercambio de experiencias y simulacros de operaciones en los diferentes territorios de la región.
Este proyecto, según se comentó, se encuentra enmarcado en los grandes planes de integración regional, económica, social a los que apuntan, cada vez con mayor urgencia, una mayor parte de los países sudamericanos, y dentro de los cuales se halla la constitución de la Unión de Naciones Sudamericanas UNASUR.
Como es natural, esta iniciativa está siendo observada con demasiado recelo por parte del actual gobierno de los Estados Unidos.
Esa nación, la primera potencia militar del mundo, quisiera que se influencia y predominio en este campo, en la zona sudamericana, se mantuviera incólume, como hasta hace algún tiempo.
Que sus agregados militares tengan alta influencia en los diferentes gobiernos, que sus tropas controlen sitios estratégicos de los países sudamericanos a través de sus bases militares, que sus academias sean los únicos centros donde se adiestren los nuevos oficiales de las diferentes fuerzas armadas.
Inclusive les gustaría que nuestras naciones, a través de diferentes acuerdos, sean aliadas de las guerras de dominio que los norteamericanos desarrollan en lugares como Irak o Afganistán.
Pero parece que las cosas están cambiando y que, a pesar suyo, los Estados Unidos deberán aceptar que en Sudamérica se constituya un Consejo de Defensa, con estrategias y políticas militares que se desmarquen de sus directivas, y donde participen países con gobiernos que no son de su agrado, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil o la Argentina.
En la década de los años 60, 70 y 80, conviene recordar, funcionó en Panamá la llamada Escuela de las Américas.
Era un centro sostenido y administrado por los Estados Unidos, y donde acudían a recibir entrenamiento especializado, oficiales de las diferentes naciones sudamericanas.
Allí, además de capacitación en los distintos campos del ámbito militar, se sometía a los oficiales a un sostenido adoctrinamiento en teorías anticomunistas.
La idea era formar militares fanáticamente enemigos de cualquier forma de socialismo de modo que, retornando a sus países los mismos llevaran a la práctica todo tipo de acciones encaminadas a erradicar esas teorías.
En la Escuela de las Américas, alrededor de los
años 70, se difundió un conjunto de ideas que constituían la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional.
La misma sostenía que, en aquella época, la posibilidad de conflictos bélicos entre las naciones había disminuido grandemente por la acción de organismos internacionales como la OEA o las Naciones Unidas, o por la acción mediadora de los mismos Estados Unidos.
Que, en ese sentido, los enemigos de los países no se encontraban más allá de los fronteras.
Que el enemigo estaba, más bien dentro de los países, y que estaba constituido por grupos subversivos que se habían ido multiplicando, por sindicatos de orientación socialista, por intelectuales que difundían ese mismo tipo de ideas, inclusive por defensores de los derechos humanos.
Esos, se decía en la Escuela de las Américas de Panamá, esos eran los verdaderos enemigos que ponían en riesgo la seguridad de las naciones y a los que había que combatir sin misericordia hasta hacerlos desaparecer.
Esa batalla se la debía efectuar de cualquier forma, no importando que se vulneraran las leyes, que se tuviera que utilizar la tortura o que fuera necesarios desarrollar acciones de directo aniquilamiento del enemigo.
Los oficiales que concurrieron a la indicada Escuela de las Américas, aprendieron perfectamente esas teorías y, efectivamente, retornando a sus países, las aplicaron como alumnos aventajados de sus maestros norteamericanos.
Y así advino una oleada de dictadores y represores que hicieron correr sangre del pueblo, de arriba para abajo, en toda la región latinoamericana.
Fueron los que participaron en el Plan Cóndor, los que instalaron centros de tortura, los que hicieron desaparecer miles de personas, los que asesinaron sin piedad.
En el Brasil se distinguió el dictador Ernesto Geisel, en la Argentina Rafael Videla, en Chile Augusto Pinochet, y así en otros países, todos con sus innumerables séquitos de sanguinarios acólitos..
En Bolivia aparecen en esa galería del terror, gente como los generales René Barrientos Ortuño, Hugo Bänzer Suárez, Luis García Meza o como el coronel Luis Arce Gómez.
Esa abominable experiencia, además de las invasiones directas a determinados países protagonizadas por los Estados Unidos para imponer su dominio imperial, hacen ver la importancia de la conformación de un Consejo Sudamericano de Defensa, completamente apartado de la influencia norteamericana.
En el hemisferio norte, potencias militares occidentales son parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN.
Esos países reivindican su derecho a una acción conjunta para defenderse de enemigos que supuestamente atenten contra su estilo de vida y contra su libertad.
Con ese mismo criterio, reivindicado los mismos argumentos, las naciones sudamericanas deben también crear su propia organización de apoyo mutuo y defensa militar, en caso de agresiones de supuestos enemigos.
Sólo que, en este caso, uno de los enemigos debe ser visualizado, justamente, como los Estados Unidos de Norteamérica.
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