Exportar o morir era el lema que se manejó en nuestro país en décadas pasadas, en consonancia con el modelo de libre mercado en que Bolivia estaba sumida.
Ahora la situación ha cambiado.
Se nos vino encima una crisis de alimentos de magnitud mundial, de modo que otra debe ser la consigna nacional: garantizar nuestra seguridad alimenticia o, realmente, morir.
Bolivia puede seguir exportando sus excedentes para captar divisas, pero si no asegura alimentos, a largo plazo, para el consumo de su población, puede enfrentar situaciones muy dramáticas por la protesta social.
Políticas urgentes sobre este mismo tema ya se están adoptando en otras naciones.
Un ejemplo de lo señalado tiene que ver con el arroz, producto de consumo esencial en gran parte del mundo.
La India y Pakistán, grandes productores del grano, han comenzado a imponer restricciones a su exportación.
En varias regiones de los Estados Unidos, se han adoptado disposiciones para racionar la venta de arroz, con el fin de evitar su acaparamiento.
En México,,como otro ejemplo, se fijaron controles al precio de la tortilla de maíz, y se removieron las cuotas y tarifas a la importación de leche y azúcar.
Otras naciones están diseñando rápidas políticas para resolver el problema de la escasez y subida del precio de la harina, que ha de incidir notablemente en la elevación del precio del pan.
Ante este panorama un sector que cobra una relevancia verdaderamente significativa en nuestro país es, pues, el del pequeño productor.
Este pequeño productor es el que, tradicionalmente, ha abastecido de alimentos baratos a la población boliviana.
Enfrentando, inclusive, la competencia desleal que le venía de afuera por la apertura de fronteras que el modelo neoliberal aplicaba, los pequeños productores del occidente de Bolivia, garantizaron que al pueblo no le faltaran los productos básicos para abastecer su canasta familiar.
Contrariamente a ello, los grandes exportadores y agroindustriales del oriente dirigieron su producción al exterior, atendiendo sólo en mínima proporción las necesidades del mercado interno.
Inclusive, como se vio en pasados meses con el tema del aceite, usaron sus productos como arma política para chantajear y combatir al gobierno, provocando desabastecimientos artificiales.
Es, en consecuencia, al pequeño productor que se deben volcar las medidas de apoyo del Estado, porque es este sector el que viene a adquirir una importancia estratégica ante la situación mundial de la escasez de alimentos.
Paralelamente a ello, el gobierno está obligado a impulsar sus propios planes urgentes para producir productos de primera necesidad.
Algo positivo en este sentido, ha sido la idea de implementar y poner a funcionar, a breve plazo, varias fábricas de productos lácteos que hagan competencia, por ejemplo, a los productos PIL que hoy están en manos de capitales extranjeros.
Es vital, en esta misma línea, producir trigo para no seguir dependiendo de las importaciones o donaciones que provienen del exterior, particularmente de los Estados Unidos, y que han acentuado la dependencia nacional sirviendo, inclusive, en varios momentos, como arma política para derribar gobiernos populares.
Las políticas de producción y abastecimiento de alimentos así como el mantenimiento de los precios de los mismos en condiciones estables, deben ser prioridad del Estado.
Las próximas, y dramáticas, batallas de las naciones estarán vinculadas al campo de los alimentos.
Esas batallas se las puede encarar de manera adecuada si se cuenta con una participación consciente de la población, con políticas diametralmente opuestas a las marcadas por el neoliberalismo, que privilegiaba los intereses de pequeños grupos de poder, en desmedro de los intereses de las mayorías.
La consigna exportar o morir, en consecuencia, ya no tiene más cabida en el país.
Ahora cobra valor la otra consigna que dice: autoabastecernos de alimentos esenciales o, realmente, morir.
Ahora la situación ha cambiado.
Se nos vino encima una crisis de alimentos de magnitud mundial, de modo que otra debe ser la consigna nacional: garantizar nuestra seguridad alimenticia o, realmente, morir.
Bolivia puede seguir exportando sus excedentes para captar divisas, pero si no asegura alimentos, a largo plazo, para el consumo de su población, puede enfrentar situaciones muy dramáticas por la protesta social.
Políticas urgentes sobre este mismo tema ya se están adoptando en otras naciones.
Un ejemplo de lo señalado tiene que ver con el arroz, producto de consumo esencial en gran parte del mundo.
La India y Pakistán, grandes productores del grano, han comenzado a imponer restricciones a su exportación.
En varias regiones de los Estados Unidos, se han adoptado disposiciones para racionar la venta de arroz, con el fin de evitar su acaparamiento.
En México,,como otro ejemplo, se fijaron controles al precio de la tortilla de maíz, y se removieron las cuotas y tarifas a la importación de leche y azúcar.
Otras naciones están diseñando rápidas políticas para resolver el problema de la escasez y subida del precio de la harina, que ha de incidir notablemente en la elevación del precio del pan.
Ante este panorama un sector que cobra una relevancia verdaderamente significativa en nuestro país es, pues, el del pequeño productor.
Este pequeño productor es el que, tradicionalmente, ha abastecido de alimentos baratos a la población boliviana.
Enfrentando, inclusive, la competencia desleal que le venía de afuera por la apertura de fronteras que el modelo neoliberal aplicaba, los pequeños productores del occidente de Bolivia, garantizaron que al pueblo no le faltaran los productos básicos para abastecer su canasta familiar.
Contrariamente a ello, los grandes exportadores y agroindustriales del oriente dirigieron su producción al exterior, atendiendo sólo en mínima proporción las necesidades del mercado interno.
Inclusive, como se vio en pasados meses con el tema del aceite, usaron sus productos como arma política para chantajear y combatir al gobierno, provocando desabastecimientos artificiales.
Es, en consecuencia, al pequeño productor que se deben volcar las medidas de apoyo del Estado, porque es este sector el que viene a adquirir una importancia estratégica ante la situación mundial de la escasez de alimentos.
Paralelamente a ello, el gobierno está obligado a impulsar sus propios planes urgentes para producir productos de primera necesidad.
Algo positivo en este sentido, ha sido la idea de implementar y poner a funcionar, a breve plazo, varias fábricas de productos lácteos que hagan competencia, por ejemplo, a los productos PIL que hoy están en manos de capitales extranjeros.
Es vital, en esta misma línea, producir trigo para no seguir dependiendo de las importaciones o donaciones que provienen del exterior, particularmente de los Estados Unidos, y que han acentuado la dependencia nacional sirviendo, inclusive, en varios momentos, como arma política para derribar gobiernos populares.
Las políticas de producción y abastecimiento de alimentos así como el mantenimiento de los precios de los mismos en condiciones estables, deben ser prioridad del Estado.
Las próximas, y dramáticas, batallas de las naciones estarán vinculadas al campo de los alimentos.
Esas batallas se las puede encarar de manera adecuada si se cuenta con una participación consciente de la población, con políticas diametralmente opuestas a las marcadas por el neoliberalismo, que privilegiaba los intereses de pequeños grupos de poder, en desmedro de los intereses de las mayorías.
La consigna exportar o morir, en consecuencia, ya no tiene más cabida en el país.
Ahora cobra valor la otra consigna que dice: autoabastecernos de alimentos esenciales o, realmente, morir.
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