“Santa Cruz dice...”, Tarija plantea...”, “Chuquisaca reclama...”, “La media luna se moviliza...”.
Esos son los términos con los que se ha ido manejando, en los principales medios de comunicación social privados del país, la lucha y las tensiones políticas de los últimos tiempos.
Como si fuera una lucha de regiones.
Como si se tratara de las divergencias entre cuatro o cinco departamentos del país contra el departamento de La Paz o, más propiamente, contra el gobierno central del presidente Evo Morales.
Esa manera de plantear las cosas, pretende hacer ver un país dividido entre las regiones del oriente y del sur del país, contra otras del occidente.
También se trata de mostrar una pugna entre una región progresista, pujante y modernizante, contra otra atrasada, anacrónica, subdesarrollada.
Inclusive, esta forma de diferenciar las posiciones, encierra elementos raciales, señalando que en el oriente están los blancos, los descendientes de europeos, los altos, los que hablan inglés, en tanto que en el occidente están los bajos, los indígenas, los que se limitan a sus idiomas nativos, como muy suelta de lengua lo expresó una tontita ex Miss Bolivia, de nombre Gabrielita Oviedo.
La tal diferenciación, conviene remarcarlo, ha sido repetida miles de veces por los medios de comunicación social privados, y así ha inducido a buena parte de los bolivianos, a mirar el problema político de Bolivia.
Esta forma de entender las cosas, sin embargo, es absolutamente falsa, como lo demostró la consulta llevada a cabo en Santa Cruz, el pasado 4 de mayo.
Porque, efectivamente, la nación boliviana sí está dividida en dos bandos, pero no regionales, sino en dos bandos caracterizados por su acumulación económica, y por el usufructo que hicieron del poder en las pasadas décadas.
En un lado están los que acumularon tremendas fortunas, medrando del modelo liberal y de las dictaduras militares que sometieron a la nación boliviana desde las épocas del presidente Barrientos Ortuño.
Las clases sociales dominantes que, a lo largo de más de 40 años, se fueron haciendo dueñas de la tierra, de los recursos naturales, del sistema financiero, de los dineros que en forma de donaciones o de préstamos entraron del exterior, y que a la corta o a la larga tuvo que pagar el pueblo.
Gente que se agrupó en partidos como el MNR, la ADN, el MIR, la UCS, la NFR, que se inventó unos inmorales pactos de gobernabilidad y que a través de ellos controló el gobierno, el congreso y el poder judicial y, obviamente, la administración pública, repartiéndola en feudos que constituían minas de oro para sus militantes.
En un lado, entonces, se ubicaron esos sectores, concentrándose principalmente en el oriente, desarrollando una mentalidad conservadora, racista, soberbia, y con el horizonte puesto en los centros del imperio norteamericano.
En el otro lado están los sectores populares, los pobres, los que no disfrutaron sino sufrieron el modelo neoliberal.
Los sectores campesinos y las naciones indígenas originarias, que trabajan la tierra sin apoyo crediticio de nadie, y que siempre salen perdiendo en el intercambio comercial del campo y de la ciudad, sosteniendo, con sus alimentos baratos, a los demás sectores de la sociedad.
Personas y familias que, desde la fundación de la República, ocuparon un lugar secundario, contentándose siempre con una mínima parte en el reparto de los bienes nacionales, parte que no les permitía cubrir sus gastos básicos de alimentación o vestido, y que los obligaba a multiplicarse en los más diversos oficios para completar su salario.
Gente que apenas alcanzaba a completar los primeros años de una educación básica, que tenía una menor expectativa de vida, muchas veces semejante a la de poblaciones atrasadas del África.
Personas que, como por obra del destino, estaban condenadas a cumplir el rol de sirvientes de las clases que se pavoneaban creyéndose superiores, sin mostrar argumentos valederos para ello.
Bolivia, pues, estuvo y está dividida de esa manera, en clases sociales que hoy están en pugna nuevamente, y no en regiones geográficas como tratan de mostrar los medios privados de comunicación social.
En Santa Cruz, el 4 de mayo, con motivo de la consulta sobre el estatuto autonómico, chocaron los campesinos y naciones originarias y pobladores de sectores populares, contra las clases dominantes representadas en el comité cívico y en la prefectura.
En Chuquisaca, cuando se armaban los jaleos por el asunto de la capitalidad plena, chocaron los grupos de la burguesía contra los sectores indígenas que habitan las provincias, y contra los constituyentes que representaban a los indígenas y campesinos de otras regiones del país.
En aquellos momentos, debe recordarse, afloró como nunca el odio racial que cruza de modo transversal la lucha de clases que se plantea en Bolivia.
Para ser, entonces, más precisos en sus informaciones, los medios de comunicación privados, cuando se refieran a las tensiones políticas de nuestro país, deberían hablar de las clases dominantes de Santa Cruz y no de todo Santa Cruz, porque esas clases dominantes son una minoría que, con su poder económico, han conseguido dominar el comité cívico y la prefectura, desde donde proyectan su plan de dominio departamental.
Del mismo modo, se debería hablar de la burguesía de Chuquisaca y no de todo el departamento de Chuquisaca, porque el comité interinstitucional allí conformado no representa para nada a las poblaciones campesinas e indígenas, que son la mayoría del departamento.
Esa manera de diferenciar las cosas ha de ser útil, para que los bolivianos miremos con más precisión lo que acontece en el campo político, en el campo de las luchas sociales y para que, de acuerdo a esa mirada, sepamos con cuál sector nos identificamos.
Si con los millonarios racistas, conservadores, y de tendencias fascistas que intentan volver al viejo estado neoliberal con estatutos separatistas, o con los sectores populares y de clases medias, que buscan el cambio para hacer una nación donde se repartan mejor los bienes que a todos nos pertenecen.
Esos son los términos con los que se ha ido manejando, en los principales medios de comunicación social privados del país, la lucha y las tensiones políticas de los últimos tiempos.
Como si fuera una lucha de regiones.
Como si se tratara de las divergencias entre cuatro o cinco departamentos del país contra el departamento de La Paz o, más propiamente, contra el gobierno central del presidente Evo Morales.
Esa manera de plantear las cosas, pretende hacer ver un país dividido entre las regiones del oriente y del sur del país, contra otras del occidente.
También se trata de mostrar una pugna entre una región progresista, pujante y modernizante, contra otra atrasada, anacrónica, subdesarrollada.
Inclusive, esta forma de diferenciar las posiciones, encierra elementos raciales, señalando que en el oriente están los blancos, los descendientes de europeos, los altos, los que hablan inglés, en tanto que en el occidente están los bajos, los indígenas, los que se limitan a sus idiomas nativos, como muy suelta de lengua lo expresó una tontita ex Miss Bolivia, de nombre Gabrielita Oviedo.
La tal diferenciación, conviene remarcarlo, ha sido repetida miles de veces por los medios de comunicación social privados, y así ha inducido a buena parte de los bolivianos, a mirar el problema político de Bolivia.
Esta forma de entender las cosas, sin embargo, es absolutamente falsa, como lo demostró la consulta llevada a cabo en Santa Cruz, el pasado 4 de mayo.
Porque, efectivamente, la nación boliviana sí está dividida en dos bandos, pero no regionales, sino en dos bandos caracterizados por su acumulación económica, y por el usufructo que hicieron del poder en las pasadas décadas.
En un lado están los que acumularon tremendas fortunas, medrando del modelo liberal y de las dictaduras militares que sometieron a la nación boliviana desde las épocas del presidente Barrientos Ortuño.
Las clases sociales dominantes que, a lo largo de más de 40 años, se fueron haciendo dueñas de la tierra, de los recursos naturales, del sistema financiero, de los dineros que en forma de donaciones o de préstamos entraron del exterior, y que a la corta o a la larga tuvo que pagar el pueblo.
Gente que se agrupó en partidos como el MNR, la ADN, el MIR, la UCS, la NFR, que se inventó unos inmorales pactos de gobernabilidad y que a través de ellos controló el gobierno, el congreso y el poder judicial y, obviamente, la administración pública, repartiéndola en feudos que constituían minas de oro para sus militantes.
En un lado, entonces, se ubicaron esos sectores, concentrándose principalmente en el oriente, desarrollando una mentalidad conservadora, racista, soberbia, y con el horizonte puesto en los centros del imperio norteamericano.
En el otro lado están los sectores populares, los pobres, los que no disfrutaron sino sufrieron el modelo neoliberal.
Los sectores campesinos y las naciones indígenas originarias, que trabajan la tierra sin apoyo crediticio de nadie, y que siempre salen perdiendo en el intercambio comercial del campo y de la ciudad, sosteniendo, con sus alimentos baratos, a los demás sectores de la sociedad.
Personas y familias que, desde la fundación de la República, ocuparon un lugar secundario, contentándose siempre con una mínima parte en el reparto de los bienes nacionales, parte que no les permitía cubrir sus gastos básicos de alimentación o vestido, y que los obligaba a multiplicarse en los más diversos oficios para completar su salario.
Gente que apenas alcanzaba a completar los primeros años de una educación básica, que tenía una menor expectativa de vida, muchas veces semejante a la de poblaciones atrasadas del África.
Personas que, como por obra del destino, estaban condenadas a cumplir el rol de sirvientes de las clases que se pavoneaban creyéndose superiores, sin mostrar argumentos valederos para ello.
Bolivia, pues, estuvo y está dividida de esa manera, en clases sociales que hoy están en pugna nuevamente, y no en regiones geográficas como tratan de mostrar los medios privados de comunicación social.
En Santa Cruz, el 4 de mayo, con motivo de la consulta sobre el estatuto autonómico, chocaron los campesinos y naciones originarias y pobladores de sectores populares, contra las clases dominantes representadas en el comité cívico y en la prefectura.
En Chuquisaca, cuando se armaban los jaleos por el asunto de la capitalidad plena, chocaron los grupos de la burguesía contra los sectores indígenas que habitan las provincias, y contra los constituyentes que representaban a los indígenas y campesinos de otras regiones del país.
En aquellos momentos, debe recordarse, afloró como nunca el odio racial que cruza de modo transversal la lucha de clases que se plantea en Bolivia.
Para ser, entonces, más precisos en sus informaciones, los medios de comunicación privados, cuando se refieran a las tensiones políticas de nuestro país, deberían hablar de las clases dominantes de Santa Cruz y no de todo Santa Cruz, porque esas clases dominantes son una minoría que, con su poder económico, han conseguido dominar el comité cívico y la prefectura, desde donde proyectan su plan de dominio departamental.
Del mismo modo, se debería hablar de la burguesía de Chuquisaca y no de todo el departamento de Chuquisaca, porque el comité interinstitucional allí conformado no representa para nada a las poblaciones campesinas e indígenas, que son la mayoría del departamento.
Esa manera de diferenciar las cosas ha de ser útil, para que los bolivianos miremos con más precisión lo que acontece en el campo político, en el campo de las luchas sociales y para que, de acuerdo a esa mirada, sepamos con cuál sector nos identificamos.
Si con los millonarios racistas, conservadores, y de tendencias fascistas que intentan volver al viejo estado neoliberal con estatutos separatistas, o con los sectores populares y de clases medias, que buscan el cambio para hacer una nación donde se repartan mejor los bienes que a todos nos pertenecen.
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