Bolivia vivió, en los últimos 20 años, bajo un régimen neoliberal de tremenda injusticia.
Bajo un modelo que concentraba los bienes en pocas manos, que concentraba la tierras en unas cuantas familias, que concentraba el poder en unas cuantas personas de unos cuantos partidos.
En un sistema social donde la corrupción alanzaba niveles absolutamente escandalosos, y donde la justicia, comprometida con el poder, mamaba de prebendas que justamente ese poder central le otorgaba.
Y todo, mientras la pobreza se extendía sin misericordia, y el desempleo azotaba a cientos de miles de bolivianos, y las familias se desintegraban, y aumentaban la violencia y la inseguridad, y la gente tenía que irse del país para ganar el salario que aquí no conseguía.
Todo eso, y más vivió Bolivia, con sus empresas descapitalizadas por una mal llamada capitalización y con sus riquezas naturales entregadas a los transnacionales extranjeras.
Pero, frente a ese drama monumental, que destrozaba la Nación, la Iglesia Católica no se pronunció, o si se pronunció, lo hizo tan tímidamente que nadie la escuchó.
Siguió, impertérrita, bendiciendo los actos oficiales, participando de las reuniones diplomáticas, celebrando los tradicionales té deums con participación de las autoridades de los gobiernos neoliberales.
¿No hubiera correspondido que, ante la situación de explotación y miseria que se daba en Bolivia, la Iglesia gritara fuerte, pidiendo por lo menos que se moderaran las medidas del neoliberalismo ortodoxo?
No lo hizo y, en esa medida, fue cómplice del desastre en que se sumió la nación boliviana.
¿Y por qué actuó así, una Iglesia que, en el pasado, se opuso firmemente a las dictaduras?
¿Es que se dejó, también, deslumbrar por las falacias de un modelo económico que prometía un gran desarrollo y que, al final sólo multiplicó la pobreza?
Sea como sea, la Iglesia Católica no habló sobre los males sociales, y de ese modo se pareció mucho a esos “cristianos del silencio”, que condenó el sacerdote Luis Espinal en una de sus oraciones.
En la misma, Luis Espinal, el sacerdote mártir, decía: “Hay cristianos mudos, que mientras no les toquen a ellos, se quedan tranquilos aunque se cuartee el mundo.
“No protestan por las injusticias, porque están esclavizados al Estado por la persecución o por el oportunismo.
“Otros, tal vez, porque no tienen nada que aportar.
Para ellos la fe es una cosa etérea, que no tiene nada que ver con la vida, vale sólo de nubes arriba.
“Te pedimos, Señor, por los cristianos del silencio.
“Que tu palabra les queme las entrañas, y les haga superar la coacción.
“Que no callen como si no tuvieran nada que decir.
“Tú sabes lo que le conviene a tu Iglesia, si un fervor de catacumbas o la rutina de una “protección” oficial.
“Dale lo que sea mejor, aunque sea la cárcel y la pobreza.
“Líbranos del silencio del ahíto ante la injusticia social.
“Líbranos del silencio “prudente” para no comprometernos.
“Tememos haber limitado tu Evangelio; ahora ya no tiene aristas ni sobresalta a nadie.
“Hemos querido convencernos que se te puede servir a ti y al dinero.
“Señor, libra a tu Iglesia de todo resabio mundano.
“Que no parezca una sociedad más, con sus caciques, sus accionistas, sus privilegios, sus funcionarios y su burocracia.
“Que nunca tu Iglesia sea Iglesia del Silencio, ya que es depositaria de tu Palabra.
“Que pregone libremente sin reticencias ni cobardías.
“Que no calle nunca, ni ante el guante blanco ni ante las armas”.
Eso dijo Luis Espinal, antes de que los paramilitares del coronel Luis Arce Gómez lo secuestraran, torturaran y asesinaran con 17 balazos en el Matadero Municipal, un 22 de marzo de 1980.
Condenó a los cristianos que lo son sólo de “boca para afuera”, que conviven, haciéndose los despistados, con las más crueles injusticias, y que critican la rebeldía de los pobres, cuando los pobres se levantan reclamando justicia.
¿No estará en esa misma posición, ahora, en estos tiempos, la Iglesia Católica?
¿No será esa Iglesia del silencio cuando no quiere reconocer la servidumbre de los guaraníes en el Chaco, o cuando parece convalidar la existencia de latifundios en el oriente, o cuando se calla ante los abominables estallidos de racismo ocurridos en Sucre, o cuando avala un estatuto separatista e ilegal?
¿No estará prefiriendo escuchar los aplausos de los poderosos antes que el clamor de los pobres?
Son simplemente preguntas, que la Iglesia debe responder, y cuando se dice Iglesia se habla del Cardenal, de los obispos, del clero y de los fieles del país.
lunes, 19 de mayo de 2008
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