La historia del neoliberalismo, en nuestro país, en las últimos dos décadas, ha sido una historia de concentración de los poderes económico y político, en pocas manos.
Grupos de personas ligadas al poder político, acumularon para sí la mayor parte de los bienes que generó la Nación.
Esos grupos se hicieron dueños de la tierra, consolidando tremendos latifundios que ahora resulta muy difícil afectarlos-.
Se hicieron dueños de los recursos naturales, bosques, energía, agua, explotándolos a su gusto y sabor, sin límites de ninguna clase.
Se hicieron dueños de los créditos que ingresaban a Bolivia, para impulsar, supuestamente, proyectos de desarrollo que debían favorecer a sectores populares, pero que sólo terminaban favoreciendo a los ricos..
Se hicieron dueños de las oportunidades interviniendo, por ejemplo, en licitaciones públicas, que las ganaban porque contaban con informaciones y datos que habían obtenido merced a sus vínculos con autoridades de los diferentes gobiernos.
Se hicieron dueños del poder judicial nombrando, y luego manejando, a su antojo, a jueces, fiscales y demás funcionarios de ese poder.
Se hicieron dueños del parlamento utilizando a parlamentarios levanta manos para imponer políticas contrarias a la nación y favorables a sus intereses de clase.
Se hicieron dueños de la política, a través de partidos corruptos como el MIR, la ADN, el MNR, la UCS o la NFR, con los cuales se cuoteaban y copaban todas las entidades del Estado, donde formaban camarillas y feudos que permitían el rápido enriquecimiento de sus militantes.
Esos grupos, pues, se constituyeron en los millonarios del país, aprovechando en su beneficio las riquezas que debían llegar a los sectores populares.
Esa, debe insistirse, debe reiterarse, fue la realidad de Bolivia en las pasadas dos décadas.
Una realidad de concentración del poder económico y del poder político en muy pocas manos, que constituyeron la oligarquía actual.
Lo increíble, ahora es que, muy suelto de cuerpo y muy suelto de lengua, aparece el prefecto de Tarija, Mario Cossío, y acusa al gobierno del presidente Evo Morales de pretender concentrar el poder económico y el poder político en pocas manos.
Cuando lo que está haciendo el actual gobierno, y que es un hecho imposible de negar, es más bien desconcentrar la acumulación de la riqueza y desconcentrar la acumulación de la política, de esas manos en las que las concentró el neoliberalismo.
Ese sentido tiene, por ejemplo, la nacionalización de los hidrocarburos, que beneficiaban a una cuantas transnacionales petroleras y a sus aliados criollos, y que ahora benefician a todo el pueblo, permitiendo que existan rentas como la que se otorga a los niños en edad escolar y a los ancianos.
Ese mismo sentido tienen las medidas destinadas a terminar con los latifundios para entregar la tierra a las comunidades y a los campesinos que no la poseen.
Y en esa misma línea van los artículos del nuevo texto constitucional, que garantizan que los recursos naturales son del Estado boliviano, del pueblo boliviano, y que no pueden ser privatizados como ocurría en el pasado.
Entonces, como se ve, el gobierno actual está democratizando el uso de las riquezas nacionales, está democratizando la política permitiendo que las mayorías indígenas también tengan derecho a tomar decisiones de esa índole, está democratizando el poder, haciendo que al lado de las autonomías departamentales, también existan las autonomías indígenas.
Entonces, mirando esta realidad, tan clara, tan evidente, que salta a los ojos hasta del más ciego, aparece el prefecto Cossìo, y acusa al gobierno de concentrar el poder en pocas manos.
El loro aparece diciendo loro, el ladrón aparece diciendo ladrón, el mentiroso aparece acusando a los otros de mentirosos.
¿Cómo es posible que se llegue a tales niveles de sinverguenzura y de cinismo?
El prefecto Mario Cossío, connotado mirista, fue parte de la corrupción inmensa que abatió al país en los últimos 20 años.
Fue parte de todos los vicios que abrumaron a los bolivianos, y que los llevaron a expulsar del poder, con un soberano puntapié, a los políticos tradicionales.
Fue parte, el prefecto Cossío, de la basura política que envileció a Bolivia, llevándola a ser campeona mundial de la corrupción.
Y, sin embargo, ahora aparece como campeón defensor de la democracia, como abanderado de la lucha por los supuestos derechos de las regiones.
¿Es posible imaginar semejante barbaridad?
¡Hasta el lenguaje reivindicativo de los sectores sociales se ha robado este prefecto, olvidándose completamente de su pasado!
Ahora, frente a este hecho, ¿qué deben hacer los bolivianos?
Simplemente acordarse de quiénes fueron los políticos que, incrustados en comités cívicos y en prefecturas, ahora conspiran para destruir el proceso de cambio que reclama el pueblo boliviano.
La lucha por ese cambio, mandato del pueblo, está llegando a sus momentos más cruciales.
Es deber de los bolivianos patriotas, entonces, unirse y organizarse para derrotar a esa reacción que sólo quiere preservar privilegios de los poderosos.
miércoles, 13 de febrero de 2008
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