Comenzó el 2009 y la interrogante que se abre, al abrirse el nuevo calendario, es si los Estados Unidos y las naciones capitalistas europeas serán capaces de detener, paliar o siquiera amortiguar la gigantesca crisis económica con la que cerró la gestión del año 2008.
Una crisis monstruosa que no es sólo financiera, sino que abarca las áreas referidas al medio ambiente, a la energía y a la alimentación.
Esta crisis, de acuerdo a lo que señalan los especialistas, comenzó hace 40 años y se fue manifestando con catástrofes financieras que afectaron a diversos mercados, entre ellos los de México, Brasil y el Asia.
Esas economías que se desbarataron de un momento a otro, provocando pánico en círculos de la banca y de las finanzas internacionales, fueron rescatadas por las grandes potencias, a través del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, los cuales no podían permitir que se abrieran agujeros tan grandes en el sistema capitalista que intentaban globalizar a toda costa.
Pero si bien esas crisis puntuales fueron superadas, la amenaza de un desastre mayor permaneció latente durante los siguientes años, hasta que en los últimos meses del pasado año estalló, llevando a la recesión a las economías más fuertes del mundo y amenazando con abrir un p4riodo largo de verdadera depresión.
El mundo, pues, ha comenzado a vivir una crisis de dimensiones tan grandes que está demostrando la inviabilidad del sistema capitalista en el largo plazo.
Las grandes cadenas de televisión, las grandes agencias de información del mundo, han estado tratando de minimizar la crisis, señalando que es una más de las que sufrió el sistema en el pasado, pero que el mismo tiene una fuerza interna con la cual, lo mismo que antes, superará el problema.
Podría ser que de esta catástrofe las economías nacionales salgan más o menos golpeadas pero enteras.
Podría ser que esos cientos de miles de millones de dólares que se están inyectando en los sistemas financieros para más o menos equilibrarlos, consigan algún efecto en el futuro.
Sin embargo, una cosa sí es cierta, y es que a partir de ahora, el mundo jamás volverá a ser lo que fue antes.
Coinciden los expertos en que, con lo que viene sucediendo, se está cerrando el ciclo neoliberal en el mundo.
Y se está demostrando el fracaso de las entidades financieras que las impulsaron acatando directivas de las potencias, establecidas en el famosos consenso de Washington.
Los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional se dieron la tarea de vigilare de cerca el funcionamiento de las economías locales, particularmente en América Latina, acudiendo a los países a imponer sus recetas, que obligaban a los durísimos e injustos ajustes estructurales, que sacrificaban a los sectores sociales, que destruían empresas estatales levantadas con décadas de sacrificio, y que derrumbaban las barreras arancelarias para dar vía libre al accionar de las grandes empresas transnacionales.
A su influjo se enalteció el libre mercado como la mejor fórmula para el desarrollo de los países y se satanizó a los que se oponían al mismo, tildándolos de retrógradas y poco visionarios.
Términos como eficiencia, eficacia, competitividad, libre iniciativa y otros llenaron los miles de miles de seminarios, talleres, conferencias y encuentros en los que se ponía por el cielo, o más arriba, las bondades del sistema.
Esos organismos, y esos países, encabezados por los Estados Unidos, tienen ahora ante sí la gravísima responsabilidad de explicarle al mundo por qué falló su modelo y por qué, en lugar de llevar a las naciones a su máximo desarrollo, sobre todo a aquellas que acataron obedientemente, y servilmente, sus instrucciones, como fue el caso de Bolivia, por qué, en lugar de llegar el progreso, llegaron primero el empobrecimiento de las poblaciones, el retroceso de las economías, el incremento de los problemas sociales, el aumento de la brecha entre los ricos y los pobres y ahora, finalmente, la monstruosa crisis internacional con la que se inaugura el 2009.
Desesperadamente, fieles a su lógica capitalista, las potencias han acudido a sus reservas monetarias, y han volcado los indicados cientos de miles de millones de dólares, a los bancos y a las organizaciones financieras, para que puedan soportar el impacto de la crisis.
Pensaron, entonces, en los banqueros, en los grandes empresarios, en los millonarios, tomando medidas para evitar que sufran en sus intereses.
No pensaron, sin embargo, en la gente común, en el ciudadano corriente, en las familias que están sufriendo la crisis, y que deberán enfrentar un futuro incierto, con desempleo, con salarios disminuidos, con ahorros que se les evaporaron, con deudas impagables, con propiedades embargadas, con dramas familiares y personales.
Como siempre el sistema capitalista está pensando primero en los ricos, en la preservación de sus intereses, en el dinero y al último, en los seres humanos.
Amenaza la hambruna, amenazan los conflictos sociales que estallarán inevitablemente, pero las tareas de salvataje se dirigen primero a auxiliar a los ricos.
Así, pues, se está abriendo el 2009.
Con una crisis salvaje, engendrada por el capitalismo, y con un futuro sobre el que sólo se pueden hacer oscuras predicciones.
Ojalá que esas predicciones no se cumplan, y que las naciones no sufran y que los pueblos no sufran.
Y, sobre todo, que la experiencia presente sirva a la humanidad para empezar a desplazas el sistema capitalista y para reemplazarlo por otro más justo y más humano.
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